Mengele era el mote que tenía, y creo que sigue teniendo, el profesor de física más incompetente que he tenido el dudoso honor de conocer y padecer. No sólo ha demostrado una absoluta carencia de aptitudes docentes, sino también un carácter misántropo, deleznable y ruin. Un auténtico mamón, para que nos entendamos.
Mengele usaba la expresión "cambio de impresiones" cuando te ponía un exámen sorpresa sobre una materia no explicada ni tratada en clase, o hábilmente evitada.
Pero no escribo esto para exaltar la memoria de las escasas cualidades humanas de Mengele. Simplemente hoy he recordado este eufemismo cuando por fin he podido someter al cali a una evaluación decente. No es un exámen, porque éste es susceptible de ser aprobado o suspendido, y yo no puedo devolver el cali a su deprimido ex-propietario, sino que su destino está decidido conmigo independientemente de los resultados de la prueba.
La cita tuvo lugar esta tarde en la A-92. Los prolegómenos de este momento, desde que hace dieciseis días decidiera adquirir este coche, han pasado fundamentalmente por esperar con ansia a que llegaran las ruedas de verano. Dicho magno acontecimiento tuvo lugar ayer, pero no pudo ser hasta hoy cuando la nena estrenó sus sandalias.
Como uno está resentido de la espalda, del tobillo y lleva una vida sedentaria, ha determinado llevar el cali con sus ocho ruedas y media al Pneuhage para que le cambien los zapatos. Así que por un módico precio de 19 euros (descuentos por un sorprendente asociacionismo que tengo la suerte de disfrutar incluidos), le han sacado al cali las ruedas viejas, han equilibrado las nuevas Viper de 6Jx15" con sus Toyo Proxes 205/55 V15, y se las han colocado en los pies.
Cuando quitaron las ruedas delanteras, me llamó la atención las manchas negras intermitentes de ferodo (supongo) que mostraban los discos, que se supone que son nuevos. Es decir, los restos no estaban repartidos uniformemente por el disco, sino como a pinceladas. Se me ocurrió pensar en el ABS actuando en una frenada de emergencia, o algo así. No le di mucha más importancia, pero luego lo volvería a recordar.
Seré breve: Eran las seis de la tarde. Disponía aún de unas dos horas y media de sol y todavía tenía que pasar por casa para dejar el peso muerto de las ruedas de invierno y otros bártulos. Además, todavía tenía que abrevar a la critatura y sacar dinero.
Me traje la bolsa de la compra, porque de todas formas necesitaba pasar por un supermercado: Uno se está malacostumbrando a la vida de soltero, y sólo se acuerda de la compra por las mañanas cuando abre la nevera con la sanísima intención de desayunar.
La pista de pruebas elegida fue la A92, entre Munich y Deggendorf. Territorio well known donde no hay límite de velocidad desde el entronque del aeropuerto (el que me corresponde viniendo de Erding) y Deggendorf, durante 120 jugosos e intensos kilómetros. Quedaron descartadas la A9 (Munich-Ingolstadt/Nürnberg) por previsible exceso de tráfico en el nudo norte de Munich y por su lejanía. También descarté la A8 (Munich-Salzburg) por la abundancia de presencia policial y los límites de velocidad. Así pues me quedé con la A92 y con ganas de variar, porque por esa misma Autobahn me traje el Cali desde Passau. Este es un plano de situación cortesía de Viamichelin:

Poco después de las 6, reseteamos los km y salimos del garaje con el techo abierto. Dirección Oberding y Schwaig, porque quedan de camino al aeropuerto y disponen de cajero y gasolinera respectivamente. 9 km después, tras haber abrevado (54 euros, y aún le quedaba casi un cuartín de depósito a la nena) Enfilamos hacia le aeropuerto. Poco más allá del radar Norte me cruzo con otro cali blanco que me hace luces. Se las devuelvo, pero recordando la costumbre española de dar luces de día, hago lo contrario que allí abajo: Las enciendo porque sol empieza a declinar. Por fin enganchamos la A92 en una de esas cerradííííííísimas incorporaciones que tienen la santa manía de hacer en este bendito país. El cali se muestra estable, y las Toyo se agarran con uñas y dientes al asfalto. Para entonces, el motor estaba suficientemente caliente. Ahora toca quemar lo ingerido, sin piedad.
La Autobahn a esa hora está muy concurrida, con bastante tráfico de camiones y la desventaja de contar sólo dos carriles en cada sentido. Así que nos incorporamos al tráfico estirando con decisión cada velocidad hasta unas 5500 vueltas. El empuje por encima de las 4000 es prodigioso, incluso en marchas largas. Realmente, la patada empieza algo por debajo de 4000. No tardamos en desviarnos al carril derecho, más desocupado que el izquierdo, y volver a bajar marchas con la misma alegría que las subimos... Retención inminente.
Por suerte, todo fue causado por una caravana de camiones, y enseguida volvemos a la tónica de tráfico denso, pero fluido. Vovlemos a estirar para subir. La consigna es: Mantener el corazón por encima de 4000 RPM, y un umbral inferior de 160 km/h, que es más o menos lo que permitían las circunstancias. En 4ª o 5ª según el caso, queda asegurada una cierta capacidad de respuesta para aprovechar los escasos huecos de desahogo que permite la vía.
Un Audi Allroad se me planta detrás, intimidando con una mirada cargada de xenón. Observo que el sol está bajo, justo por detrás, y que las luces no sobran para hacerte ver. Cuando el carril izquierdo se despeja de gañanes y otros entorpecedores usuarios, basta una caricia al pedal derecho para que el Audi se haga pequeño en el retrovisor. Pero no tarda en recuperar posiciones, sobre todo si hay más obstáculos delante de mí en el carril izquierdo. En esas estamos, manteniendo un pulso entre 190-210 km/h de reloj. Puntualmente llego a 220, pero la densidad del tráfico no me permite subir de ahí con unas garantías mínimas de seguridad. Si acaso rozamos dos o tres veces los 230 de aguja, pero la mayor parte del tiempo rondamos los 200 y pico (y poco pico).
Unos 30 kilómetros más allá (nos dirigimos al este), el Audi y muchos usuarios se bajan en la salida de Landshut, que es el núcleo más importante hasta Deggendorf y el que absorbe la mayor parte del tráfico pendular de la A92 desde Múnich. A partir de ahí tenemos por delante una Autobahn más despejada, y las posibilidades de sprint aumentan. Lo malo es que aún quedan bastantes camiones, y los carajas que adelantan frustran nuestras lascivas expectativas de romper la barrera del sonido, o al menos de buscarle los límites a la nena. Pero persistimos en la quema de octanos y euros, y enfilamos una recta vacía...
Sin tiempo que perder, el hundimiento ensañado del pedal derecho propulsa a la nena por encima de 220 km/h, mientras el ruido aerodinámico se incrementa ostensiblemente, y el consumo instantaneo se dispara a 25 litros a los 100.
Debo decir que nunca había viajado tan rápido en un coche. Y que la sensación de velocidad es mucho más alta en un Ascona que en un Calibra, hasta ahora los dos únicos coches con los que he osado traspasar la barrera de los 200 km/h de reloj (nótese la coletilla "de reloj", uno se esfuerza por atenerse a los hechos con el mayor rigor que le permite su subjetivo punto de vista).
Lo que de lejos me habían parecido indicadores estáticos de salidas, y aquí es donde se manifiesta la auténtica sensación de velocidad, resultaron ser sendos transportes pesados que iban a velocidad de crucero por el carril derecho. La ausencia de cualquier rastro de otro vehículo en nuestro sentido me animaron a seguir apurando. Pie a tabla, el Calibra devoraba rápidamente los centenares de metros que nos separaban de esos transportes, que resultaron ser un camión seguido de un autobús. A una distancia de unos tres autobuses por detrás del autobús (nótese el peculiar sistema referencial que hemos de tomar en estas circunstancias), un fugaz último vistazo al cuadro de instrumentos grabó en mi córnea la aguja en 240. Lo siguiente que recuerdo es ver al autobús invadiendo bruscamente mi carril en un aciago intento de adelantar al camión.
Los siguientes microsegundos, o segundos completos, supongo, son muy confusos para mí. Recuerdo que tenía la vista clavada en el hueco, rápidamente menguante, entre el autobús y el guardarraíl izquierdo. Recuerdo también haber frenado, mientras toda mi atención se centraba en encauzar el coche en el estrechísimo pasillo que iba quedando. La frenada desestabilizó completamente el coche, tengo un recuerdo confuso de sentir una fortísima vibración, como si el coche se fuera a desarmar. Sé que tenía asumido que no iba a librar la hostia mientras me esforzaba por recuperar el control del coche e impactar con el guardarraíl (o el autobús) lo más tangencialmente posible, por evitar una componente lateral que imprimiera al coche un par de giro de desastrosas consecuencias para mí.
En algún momento el coche dejó de hacer extraños (quiero decir: el rumbo que seguía volvió a alinearse con el eje longitudinal del vehículo), y el cielo y el carril se abrieron ante mí cuando simultáneamente el autobús regresó al carril de donde nunca debiera haber salido. Terminé de adelantarlo, lo mismo que al camión, y me coloqué en el carril derecho. Había una salida indicada a 500 metros y la tomé. Casi no podía bajar marchas porque unos terribles calambrazos me recorrían la espalda, producto, sin duda, del sobreesfuerzo que las suprarrenales acababan de hacer. Bueno, yo buscaba ciertas dosis de adrenalina con un coche como este, pero no exactamente en estos términos.
Enganché el primer pueblo que encontré en la salida y aparqué en batería frente a una pared. Salí del coche. Los siguientes minutos no los voy a detallar porque sólo tienen interés para mí. Pero un análisis de los hechos en busca de errores me llevó a algunas conclusiones previas sobre la disquisición de asumir riesgos o no.
1.- Autobahn de 2 carriles: Eso significa que en el carril izquierdo circulan en cualquier momento vehículos de velocidad igual o superior a 100 km/h. Por ejemplo, un autobús que adelanta a un camión no tiene otro sitio donde hacerlo. De haber un tercer carril, en el de más a la izquierda sólo habría circulación muy rápida sin interrupciones.
2.- Sol por la espalda: Quizá la causa última de la maniobra improcedente del autobús. Nunca lo sabré, pero quizá la costumbre de llevar las luces encendidas haya permitido que pueda estar ahora escribiendo esto. Me resulta irritante cuando conduzco en España y todo el mundo me "avisa" de que llevo las luces puestas de día.
3.- Algo que siempre debemos tener presente... Se pueden soslayar los errores propios hasta cierto punto, pero no tenemos control sobre los ajenos...
Me vuelvo a subir al coche. Noto que el freno de mano está caliente, pero sobre todo los plásticos de debajo. Me imagino el catalizador al rojo. El cuentakilómetors parcial marcaba 101 km desde que lo reseteé en el garaje. Así que recuperada cierta peace of mind me dispuse a iniciar el regreso, con la aguja del combustible sensiblemente abajo pese a haber repostado hace poco más de media hora.
Me subo a la A92 en sentido contrario, y descubro con agrado que el sol no me queda justo enfrente, sino algo ladeado. El tráfico ya ha bajado, pero ni siquiera he llegado a 120 km/h. Todo el mundo me adelanta.
Decidido a no dejarme amilanar por la experiencia anterior, intento llevar un crucero un poco más alto. Voy subiendo poco a poco. 140, 160. El motor ronronea, holgado, y la Autobahn está vacía. La verdad es que es un desperdicio.
Gradualmente voy recuperando la confianza en la máquina y en mí mismo. Me siento con seguridad y autocontrol y le voy azotando un poco más. Rozo los 200 otra vez y el coche va como una seda. No hay nadie en la Autobahn. Decido azotarle un poco más.
En una curva muy amplia veo destellos azules a lo lejos. Aflojo un poco los 220, y veo un BMW de la Polizei orillado en el arcén socorriendo a un vehículo averiado. En ese momento, un Porsche Boxster me pasa por el carril izquierdo sobradísimo. Tengo que decir que los carriles de la Autobahn son mucho más anchos que las radiales españolas. Estimo que dos carriles alemanes equivalen a tres españoles en anchura.
Me divierte pensar que he adelantado a la Polizei a más de 200 km/h y ni siquiera se han molestado en dirigirme una mirada. Vuelvo a bajar el pedal hasta el tope. La aguja va trepando lentamente por encima de los 200. Apenas uno o dos vehículos aislados que voy adelantando. Recupero el punto del incidente de antes. La aguja sobrepasa los 240. Quiere seguir... pero no puede... Finalmente se detiene en 250 exactos, y ahí se mantiene durante unos minutos. El consumo instantáneo es de 21 litros a los 100. La nena no se menea, y mantiene ese crucero con mucho aplomo. Desacelero al ver un camión en la lejanía y, escaldado por el incidente de antes, me preparo para frenar y los pulgares sobre las bocinas. Me doy cuenta que antes se me olvidó pitar. De hecho, creo que nunca hice sonar el claxon del cali. Pero en ese momento no me apetecía probarlo, así que seguí. Una ligera cuesta arriba ralentiza el escaso tráfico pesado, y los vehículos más normales adelantan por la izquierda. Me doy cuenta que hace rato que dejé atrás la BMW donde hacen el serie 3 y la nuclear de Landshut, y que la próxima salida es la mía. Bajo dos velocidades hasta tercera, la nena retiene con contundencia, me sitúo detrás de un camión y tomo mi salida.
El sol está ya bajo. Con mucha tranquilidad recorro la distancia del aeropuerto de Muich a Erding, la nena se va enfriando. La dejo en el garaje. Cuando corto el contacto, la bomba de agua eléctrica entra en acción. Me gusta la idea del chill out. Así que decido cenar fuera en una terraza y saborear una cerveza bien fresca para rematar el día mientras elaboro unas ideas de cómo os voy a contar todo esto. Creo que conseguiré hacéroslo llegar al filo de la medianoche.