Recuerdo el día que llegaste a mis manos. Si bien fue un amor a primera vista, jamás hubiera imaginado que ibas a dejar semejante huella en mi vida.
Recuerdo llevarte a tu nueva casa. La noche ya había caído, pero antes de llegar, no pude resistirme a parar en el sitio iluminado más cercano. Te saqué muchas fotos, pero lo que más hice, fue simplemente observarte.
¿Recuerdas que me tiré media hora buscando cómo encender tu luz de techo?
Recuerdo darme cuenta de que eres indomable, pero aun así me dejaste descubrir tus heridas superficiales, una a una, y me juré que las curaría.
¿Recuerdas la pelea que tuvimos cuando no había forma de cerrarte el techo solar?
Recuerdo los días siguientes, en los que te ponías a 110 grados en los semáforos en rojo. Como buen corcel alazán, sólo respirabas bien cuando galopabas, y el viento te daba en la cara. Entendí que no fuiste fabricado para estar parado al lado de lavadoras con ruedas.
¿Recuerdas los malabares que hacíamos para esquivar el tráfico lento, y las veces que nos echamos a un lado para dejarte enfriar?
Recuerdo la primera vez que te levanté del suelo, y comprobar que tus heridas no eran sólo superficiales. Yo pensaba que sólo necesitabas una junta de culata nueva. No sabía que tu línea de escape era puro óxido, que tus palieres delanteros eran un peligro, que tus manguitos de refrigeración estaban como un queso gruyere.
¿Recuerdas, mi querido palafrén salvaje, ese día en el que se te rompió un manguito, y estábamos parados en el arcén pensando qué hacer, y apareció la Guardia Civil? Perdónalos, no saben lo que hacen. Aún no me creo que lo primero que nos preguntasen es que si la mancha que dejaste en el asfalto era agua o gasolina. Sí, a pesar de explicárselo, nos obligaron a irnos de ahí. Corrígeme si me equivoco, pero estoy casi seguro de que fue ese día en el que te empezaste a fiar de mí. Nos fuimos de ahí, pero paramos a los 15 metros al dar la esquina, pues yo no podría maltratarte de esa manera.
Recuerdo todos y cada uno de los largos trayectos que hicimos juntos una vez estabas sano, con tu nueva junta de culata, con tu culata planificada, con tu nueva bomba de agua, con tu línea de escape traída desde Portugal, con tu correa auxiliar nueva, con tu correa de distribución nueva. Tú y yo tenemos unos 40.000 kilómetros juntos. No son muchos, pero tampoco son pocos. Me has dado muchísimos momentos de los que jamás me olvidaré. Llevas más tiempo en mi vida que mi ex mujer. Estoy seguro de que ella también se acuerda un poco de ti. Quizás más que de mí.
¿Recuerdas cuando rompiste la correa auxiliar y la de distribución a la vez, en mitad de la autovía, seguramente por mi culpa, por ser un novato al haber cambiado ambas? C20NE de mis amores. A mí nadie me pisa la moral, y a ti nadie te pisa las válvulas.
Recuerdo cuando un hijo de la gran puta te reventó la puerta y el bombín, para intentar llevarte lejos mientras yo dormía. Mi queridísimo trotón, te pido perdón por no estar atento. Por mi Padre y por mi Madre te juro que desde entonces, no he parado de buscar vindicta. De la cárcel se sale, de intentar arrebatarte de mis manos no.
¿Recuerdas los piropos que te echaban en gasolineras, en controles, en la ITV, y al azar por la calle? Te los mereces. Para mí no eran.
Mi querido Calibra, eres el mejor coche que he tenido en mi vida, y creo que no me aventuro mucho al decir que eres el mejor coche que jamás tendré.
Me duele mucho escribirte estas palabras. Sé que juré mantenerte hasta que pudiese. Espero que entiendas que ahora mismo mi situación personal es muy complicada, y que muy a pesar, y en contra de mi voluntad, tengo que dejarte ir.
Mañana te vas. Pero sé que te quedas en muy buenas manos.
Con todo mi corazón, espero que esto no sea un adiós, sino un hasta luego.
Carta abierta a mi calibra
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