EL VOTO ES HOY LA CARNADA PARA ATRAPARNOS EN EL ANZUELO.-
Votar es, de entrada, ir en contra de lo que nosotros mismos decimos: Todos los sondeos muestran claramente que los ciudadanos no aprueban a ninguno de los líderes políticos. No llegan ni al 4, del 1 al 10. Suspenso. Además, muestra que estamos dispuestos a seguir jugando y perdiendo para siempre una partida en un tablero impuesto que se llama oligocracia. No es cuestión de ideologías ni de alternancias sino de sistema político.
Votar en blanco no es más que repetir la famosa acción de Poncio Pilatos: 'estoy aquí pero me lavo las manos. Hagan ustedes lo que quieran'. En la coyuntura actual, votar en blanco es, además, la postura más insolidaria e ineficaz. Ni siquiera expresa el mínimo compromiso con la vida de uno y la de los demás.
Por último, la abstención pone de manifiesto que nos hemos dado cuenta de lo que sucede. Que no somos estúpidos y que no estamos dispuestos a seguir siendo manipulados con cargo al dinero público. Demostramos asimismo que este sistema no funciona, ni en la teoría política (no es una democracia) ni en la práctica (ver nuestros índices socioeconómicos y mirar lo que está por llegar es realmente pavoroso). Pero la abstencíón no es un 'paso de todo', no es un pueril 'yo no juego'. Es dar a la oligarquía de los partidos una clara señal, con fuerza pero sin violencia, de que 'hasta aquí hemos llegado'. La abstención, inevitablemente, si está basada en el análisis y el pensamiento, no puede ser otra cosa que activa. El ciudadano debe recuperar su espacio en la polis. No puede ser un objeto inanimado, ni una cifra ni un dígito para rellenar estadísticas. Tiene que ser dueño de su presente y constructor de su futuro. Para ello hay caminos de paz y honestidad. Y uno es deconstruir la 'sociedad aparente', de la que ya ha hablado D. Antonio García Trevijano. Una sociedad desestructurada moralmente donde el parecer se ha colocado por encima del ser, síntoma inequívoco de decadencia. La abstención activa de la que, por supuesto, no quieren oir ni hablar los partidos (ya he dicho que no estamos ante una cuestión de ideologías, sino ante una fiesta de sistema en la que unos pocos se reparten la tarta mientras los otros miran indolentes) es la única salida para volver a ser ciudadanos. Porque, aunque utilizamos el término, en realidad no lo somos. Nos han hecho vasallos y lo hemos aceptado. Vivir con esa cobardía a la espalda es reducir la vida simplemente a existir. Yo, por lo menos, no estoy dispuesto a ello.
